La Primera Ciberguerra Mundial
En enero de 2010, una nueva bomba atómica detonó en el mundo y pocos se dieron cuenta. Tal vez porque apenas estalló no dibujó en el horizonte de Natanz, centro de Irán, los contornos de la pesadilla de la razón moderna -el hongo nuclear- o porque en realidad se trataba de un explosivo distinto, nunca visto: una bomba atómica digital, es decir, un arma silenciosa pero igual de letal. Unos meses antes, en junio de 2009, alguien había escabullido en las redes informáticas del programa nuclear iraní uno de los virus más sofisticados jamás diseñados. Tenía un solo objetivo: desestabilizarlo por dentro al dañar las centrifugadoras encargadas del enriquecimiento de uranio y así hacer trizas los sueños del presidente Mahmoud Ahmadinejad de desarrollar un arsenal con el cual doblegar a Israel y al resto del mundo.
"Fue la bomba de Hiroshima de la ciberguerra", escribió el periodista Michael Gross al referirse a Stuxnet, bautizado así por los ingenieros de la compañía de seguridad informática bielorrusa Virus-BlokAda que descubrieron los rastros de esta pieza de software de 500 kb en su raíd destructivo por alrededor de seis mil computadoras iraníes. Poco tiempo después se supo la procedencia de este gusano informático: era apenas un alfil de una operación conjunta y de desestabilización más ambiciosa orquestada entre Estados Unidos y la Unidad 8200 del Mossad. Su nombre secreto era "Nitro Zeus".
Si bien alrededor de doce millones de virus y archivos maliciosos son capturados cada año, nunca nadie había visto algo parecido a Stuxnet. "Fue la primera ciberarma que cruzó los límites entre el reino cibernético y el reino físico -describe el director Alex Gibney, responsable del reciente e inquietante documental Zero Days-. Irán ni siquiera había contemplado la posibilidad. Al principio, sus ingenieros pensaron que habían metido la pata."
Contenido completo en fuente original La Nación
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